jueves, 12 de junio de 2008

La familiaridad engendra desprecio


Según recuerdo de mi infancia esta era la moraleja de una fábula de Esopo. En mi recuerdo se entremezclan los animales. Dramatis personae: la clásica dualidad de las fábulas. En una esquina del ring, el típico animal de connotaciones no muy nobles (zorra, hiena, coyote...). En la otra esquina, y defendiendo título, el león. Un león cualquiera, que es a su vez todos los leones, como diría Borges.

Cautamente rodeaba el poco noble animal al león en sus paseos. Desconozco el motivo, pero un día se armó de valor y se acercó a él, tal vez para pedirle lumbre. En ese momento se dió cuenta de que no era tan fiero como lo pintaban (desconocemos los conocimientos sobre pintura del animalejo ¿le gustaría tal vez tanto como a mí Sir Lawrence Alma Tadema?). Desde ese día se fué acercando en sus garbeos hasta que finalmente abandonó todo cuidado, ya que la presencia del león era algo vulgar y cotidiano.

A veces, a todos nos ha pasado, alguien nos busca. Se interesa por nosotros. A todos nos apetece, nos sube la autoestima casi tanto como el Brent y de repente ya no hace tanto frío. Aunque camines sobre la nieve, giras la vista atrás y ves que alguien pisó sobre tus huellas, porque te acechan sin dejar rastro, porque tú marcas el camino.

Es entonces cuando piensas que no todo tal vez está perdido, que las horas frente a tu espejo quizá tan solo no fueron siempre en vano. Puede que incluso pienses en un rosal encendido, como la zarza bíblica, o en peces de colores bajo tus uñas, o que tu boca al entreabrirse escupe flores y por dictamen de su perfume es que caen alrededor y desplomadas todas aquellas horribles cosas para las que una flor o una boca o dos labios entreabiertos son veneno, a saber, las notificaciones, la página de esquelas de un diario, las ruedas de repuesto de los coches, los chalecos salvavidas, las faldas por debajo de la rodilla, las señales de tráfico...

Y de repente un día, por la magia del hábito, piensas que esa persona, ese aliento en tu nuca, es como aquellas pequeñas cosas, no como las que cantaba Serrat, me refiero a cosas como las bisagras de las puertas (que cumplen simétrica y marcialmente su función pero a veces, molestamente, chirrían), como la sacarina, como el corrector de textos, como el extractor de la cocina, en fin, como herramientas, como los males menores. Y piensas, como el académico que tras una larga vida recibe una letra minúscula, que sí, que sí lo merecías, que qué menos, que qué pago más escueto, que siempre lo has valido, que no aceptas el guión si el papel exige un desnudo.

Y lo espantas, como el cañón de aire comprimido del servicio de parques y jardines que espanta a las palomas, animal como el león cargado de nobles connotaciones, bíblico como la zarza, como el rosal en el que ardías, pero molesto al fin y al cabo, como la bisagra de una puerta que de tanto abrirse ante tí, lastimosamente, ya chirría.

6 comentarios:

Antonio Rentero dijo...

Soberbia reflexion que te hace acreedor de que te la fusile y la cuelgue (con su cita y su link al origen, logicamente) en un blog de futura aparicion y que no podia tener otro titulo que "El rincon de la hojarasca".

No podias sino completar la identificacion con el ocasional estado de animo con una cita a Alma-Tadema, el mas exquisito recreador de un universo tan onirico e impostado como delicioso y apasionante.

Luego diran que los hombres no somos sensibles... lo que pasa es que al leon, como buen gato grande, le da verguenza que le escuchen ronronear.

Meg dijo...

Acho, tío, lo has clavado.

Por cosas así se te perdonan las tonterías esas que dices de parecerte a Flavio Briatore.

Goliadkin dijo...

Por favor muchachos, no quiero que se corra la voz de que tengo sensibilidad, sentimientos, y todo ese lastre del que tengo la sana intención de desprenderme algún día.

Agradezco eso sí, toda loa a mis entradas, sincera y honestamente.

A mí no me da vergüenza que me escuchen ronronear Antonio, no me da nada de vergüenza, la verdad, así me va...

Seguro que a Flavio Briatore no se le pasan estas cosas por la cabeza...

sushi de anguila dijo...

Pero qué grande que eres, Goliadkin! El sábado, cuando culmine mi tour de Willy Fogg para intentar llegar a la boda de nuestra idolatrada Alboroque, no tendré más remedio que besarte los pies como muestra suprema de mi incondicional reconocimiento a tu superior talento...

http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/b/bc/PopeKissing_Feet.JPG/250px-PopeKissing_Feet.JPG

Y encima, coincido al 100% con todo lo que planteas....¿Qué me pasa, Doctor?)

P.D.: Todavía me estoy descojonando con la nueva encuesta....

Antonio Rentero dijo...

Querido Goliadkin, eso es lo que pasa, que a algunos nos llaman sinverguenzas pero en el buen sentido y claro, asi nos va.

Ashbless dijo...

En buen dia me he acordado que tenia que ponerte entre mis contactos del blog.

Excelente texto, sí señor.

Todo en esta vida es mucho menos que lo que nuestra imaginación y nuestro miedo pintan. Siempre las cosas muy esperadas acaban decepcionando por haberles tomado la medida desde lejos. Por eso los placeres de las cosas pequeñas nunca defraudan.

Me alegra encontrarte más sabio y en circunstancias mucho más alegres que la última vez.

Cuidate y no te dejes el bo por ahí, ni tampoco la ironia...