jueves, 16 de octubre de 2008

El glamour malayo



No quiero que pase desapercibido este evento que aportó una nota de glamour a las aburridas vidas de todos aquellos que hace una semana vieron cómo aparcaban seis Mercedes y BMW blindados con las lunas tintadas en la puerta de El Corte Inglés de la ciudad.

De ellos se bajaron varias mujeres, tres o cuatro, con trajes de chaqueta cubiertas de arriba abajo y con un pañuelito en la cabeza, cada uno de un color, amarillo, rojo, gris... Supongo que sería para distinguirlas unas de otras. Estaban rodeadas de guardaespaldas gigantescos, totalmente peliculeros.

Y aparcaron, aparcaron delante de la obra del aparcamiento sin importar nada. Varios coches se fueron cuando ellas entraron en los grandes almacenes. Esos coches llevaban una bandera malaya en la esquina superior derecha de la luna delantera. Posteriormente me he enterado que se botó en los astilleros de esa milenaria ciudad de Cartagena un submarino para el gobierno malayo, con la presencia de los reyes de ese país...

Malasia mola por las torres Petronas y, sobre todo, por su circuito de fórmula 1, uno de mis favoritos (y de todos los pilotos). Pero lo que más me ha molado sin duda, es que el Rey se elige democráticamente por cinco años entre todos los sultanes. Coño, yo creía que Naboo era el único país con una "monarquía electoral". ¿Significa eso que en Naboo eran musulmanes?.

La estampa de las malayas entrando en El Corte Inglés no tuvo precio. O sea, ¿estaban buenas o eran cayos malayos? Nunca lo sabremos, estaban muy tapadas. Si los colores de los pañuelos en la cabeza evocaban las fichas de parchís ¿dónde estaba la ficha verde?. Es decir, ¿quienes eran?, tal vez las sirvientas de las sirvientas de las asistentes de la secretaria personal de la mujer de confianza de la Reina?.

En todo caso la palabra que vino a la mente de todos fue la misma: PETRODÓLARES. Petrodólares de Petronas.

Al final, por lo visto, no les gustó mucho, porque salieron tras una hora o dos con alguna bolsita. Me imagino el cuchitril que tuvo que parecerles ese gran almacén a unas personas que tienen grifería de oro en el yacuzzi del perro.

Dios... qué miserables vidas las nuestras, que nuestros sueldos no valen ni lo que una llanta de esos coches blindados. Fue un auténtico soplo de aire fresco... Algo que rompió la rutina de nuestras vidas de oficinistas.